En un arranque caprichoso, un día soleado de verano, un amigo mío fue a jugar un partido de golf en el Country Club Hillside en Los Ángeles, California. En algún lugar entre los primeros nueve hoyos se dio cuenta de que el grupo de cuatro personas detrás de él incluían al entonces presidente en funciones, Bill Clinton.
Mi amigo miró a su alrededor y notó que el gran campo de golf estaba rodeado por todos los lados con colinas salpicadas de edificios y casas de alto valor adquisitivo.
Cuando terminó, mi amigo pensó en quedarse para saludar al presidente. Esperó por los alrededores del club hasta que el presidente terminó su juego y se acercó para estrechar la mano de Bill Clinton y decirle que era bueno haberlo visto en el club. El presidente fue muy amable.
Había un carrito de golf extra con agentes del Servicio Secreto que estaba detrás del cuarteto del presidente, y donde quiera que el presidente manejaba o caminaba, siempre salían algunos agentes a pie a lo largo del camino.
Después de saludar, el presidente entró en la casa club. Mi amigo no es un miembro del club, sino que simplemente había llamado esa mañana para reservar un tiempo de golf y se presentó con sus amigos. Ninguno de ellos había conocido o hablado con nadie del equipo del presidente antes.
Mi amigo se acercó a uno de los agentes que estaban resguardando una entrada de la casa club y le hizo un comentario sobre la seguridad:
"Sabes, con todas estas colinas y edificios alrededor", dijo mi amigo, "¿no es peligroso para el presidente que se pasee por aquí a la intemperie?"
"No", dijo el el agente del Servicio Secreto, "nosotros sentimos que él está muy seguro aquí, Sr. Stanford."
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